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Los viernes de la eternidad. 1 Parte

Se quedó mirándolo tiesa como una langosta. Y hasta  es posible que haya crujido. Con las manos no pudo hacer nada, ni santiguarse, y pese a que sus ojos estaban a punto de reventar a fuerza de desorbitados, tuvo entereza (...)
_Paula (...)
Claro que lo reconocía. Desde el primer momento se dio cuenta que esa imagen lechosa, una especie de fisonomía desfondada entre manchas blancuzcas, era el ánima de su marido, el difunto don Gervasio Urquiaga, con quien había estado maridada durante treinta cinco años (...)
_ ¿Me ves?
(...)
_Sí, te veo_ dijo ella_, ya que había tenido el coraje de presentarse.
(...)
Y una vez que empezó a hablar continuó hablando, sin buscar las palabras, que ya las tenía crecidas en su alma y repetidas hasta pulverizarles el significado.
(...)
_Acompáñame, Paula.
Ella juntó sus padecimientos, no solo los provocados por la muerte en sí de su marido sino por la forma y las circunstancias en que se produjo; atizó su rencor, una brasa compacta y prolífica, y solo volvió a hacer el recuento de hechos importantes y minucias necesarias para componer un todo y comprender que ella había sido puesta en el centro de un hambre colectiva para que cada uno le arrancara un pedazo vivo, más grande cuanto mayor era la desgarradura; defraudada públicamente en su fidelidad de treinta y cinco años de matrimonio, en su condición de mujer adicta y tutelar, columna principal de la casa, de la que habían venido al mundo cinco hijos...a los cuales hubo que ayudar a ser...hasta su dispersión cada uno en una provincia diferente, integrados a otros seres y ninguno con ella, que había pensado: "Estoy con mi marido y me basta"...Eso, antes de saber que al marido lo tenía enajenado, propiedad carnal de otra que no lo quería, según quedó demostrado. Y ella sin saber hasta el momento de la desgracia...Porque lo supo cuando las sangres ya estaban derramadas una junto a la otra. Y tuvo que enterarse al mismo tiempo de su viudez violenta (...)
_Perdóname, Paula.
Oyó la imploración y quizá

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